sin-ismos

jueves, octubre 12, 2006

curiosidad 2

Tenía que entregar en pocas horas el parcial domiciliario que me había robado el fin de semana entero. Ya estaba muy avanzada la madrugada y mi fastidio tambien. El café había dejado de hacer efecto y no podía escaparle a ese sentimiento que me persigue hace años: siempre todo a último momento... Y sí, tendría que empezar a aceptar que soy así, pero ese no era el momento adecuado para tal reflexión.
Entre cigarrillos (muchos), imperativos categóricos y eudaimonías, me preguntaba si no era posible detener el tiempo. Tan solo un ratito. Un ratito chiquitito que me permitiera terminar el ensayo y no sentir que cada palabra era un minuto menos de sueño.
¿Qué hora es? Miré por arriba de los anteojos y me encontré con un reloj viejísimo que hacía meses no andaba. ¡¡¡Se paró el tiempo!!! dije en voz alta, y me sentí bastante idiota (por decirlo, y por pensarlo).
Me quedé mirando al pobre reloj de piedra que había sido víctima del olvido, pensaba en lo tristes que se ven los objetos cuando son despojados de su función original, cuando de repente pasan a conformar el grupo de los adornos sin utilidad.
Ahí estaba yo otra vez, paradójicamente perdiendo el tiempo que se había detenido.
Un ruidito irrespetuoso y sutil interrumpió el árido silencio del living. -Tac-. Una vez mas. -Tac-. Sonido íntimamente familiar. De nuevo el silencio.
Yo les juro que fue el segundero del reloj.
Les juro que fue ese reloj, pero cuando lo miré, estaba poseído por la quietud.
Yo les juro.
Les juro.
Ese reloj quiso decirme algo.
Y hoy, estuve todo el día pensando en eso.

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