sin-ismos

miércoles, agosto 09, 2006

Llueve

"(...) Llueve una lluvia finita que apenas si moja. Llueve una lluvia mansa y persistente que acosa como un mal pensamiento o una duda. Como una idea.Como un secreto. Llueve, se diría, una lluvia de siglos. Llueve una lluvia pía, descalza. Llueve una lluvia franciscana. Llueve con la misma leve materialidad de la que están hechos los pies del santo sobre los techos, sobre los pájaros. Llueve, como siempre, sobre los pobres. Llueve lenta pero insistentemente una lluvia que, a fuerza de puro caer, habrá de remover los pies marmóreos de los santos pétreos, oscurantistas. No ha de ser hoy ni mañana. En un momento, en unos días, habrán de arder las antorchas negras, las brasas de las hogueras. Pero llueve. Llueve una lluvia mansa, insistente; como una advertencia o un augurio. Llueve una lluvia amable, piadosa, que, al menos, resfresca la llaga en la carne quemada. Llueve una garúa zumbona sobre los campesinos que dan de comer al abad y llueve sobre la estola de Paulo III. Llueve sobre el Vaticano. Y llueve también, una lluvia tibia, anhelada; gotas que son pequeñas vergas que se cuelan bajo el cerrado escote de las religiosas. Llueve una lluvia germinal. Una lluvia latina.
Mateo Colón mira caer la lluvia nueva. Llueve y entonces de las entráneas del barro, se exhuman los tesoros de la Antigüedad. Llueve una lluvia arqueológica. Allí, debajo de los pies, surge el antiguo esplendor. Llueve y a fuerza de puro llover, acaba por removerse el suelo histórico que vomita mármoles, libros, monedas. Todo lo que está en la superficie se vuelve, en comparación, trivial y, sobre todo, vulgar. Debajo de la maraña de calles hechas por el azar del puro tránsito, debajo de los villorrios miserables, el agua desnuda el Antigo y Esplendoroso Imperio que habrá de ser exhumado. Llueve y entonces, desde la tripa de la tierra, surge lo Bueno, lo Bello y lo Verdadero. Llueve y de puro llover, se deshacen en barro los condottieri y, en su lugar, se vuelve a elevar el espíritu de Escipión, de Favio.

Expulsado de su dulce tierra hallada, de su paraíso; exiliado en su claustro, lejos, muy lejos de su "América", de su patria, Mateo Colón mira llover.
El anatomista mira caer aquella lluvia que, a menos que obre un milagro, habrá de ser la última. (...)"

El Anatomista, F. Andahazi

Llueve desde mis pestañas hasta el sufrimiento de aquel que ha elegido morir esta noche.